jueves, 26 de diciembre de 2019

Literatura de Regazo

Cuando una novela llega a mis manos espero encontrar en ella una historia envolvente. Este adjetivo me parece adecuada porque ser envuelto me remite al regazo que sostiene, es decir que cuando una historia llega a mis manos espero encontrar en ella un abrigo en el cual pueda sostenerme. Una declaración de este tipo debe ser, sin embargo, abordada con cuidado, porque más que la búsqueda de un mensaje empaquetado y digerido que usualmente se encuentra en los anaqueles de autoayuda, la idea de sostenimiento en la literatura la entiendo como la posibilidad de encontrarme a mí mismo, esto es reconocerme a mi mismo en la narrativa que estoy leyendo.

Hay un cuento de Murakami que me permite desarrollar mejor esta idea. Este es el espejo. Obviamente no lo comentare todo acá, dejo la tarea a quien lea esto de que explore el cuento por sí mismo. Pero si rescataré una imagen que el autor japones nos propone. En un momento un hombre está frente a un espejo, su reflejo es sin duda suyo, sin embargo, al mismo tiempo el hombre reconoce que su reflejo no es él, ¿es posible reconocernos en nuestro reflejo en un espejo, pero simultáneamente saber que esa silueta no es del todo la mía? Al margen de una explicación psicoanalítica de esta pregunta, la figura retórica de Murakami explica de alguna forma lo que entiendo como literatura de regazo. De alguna forma es un espejo en el que me reconozco y sé que no soy yo.

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Hay otras formas de decir lo mismo, por ejemplo, me reconozco en los personajes y la historia, me interpreto a partir de sus vidas, sabiendo que no es mi vida. Sin embargo, esto sólo es posible porque de alguna manera hay algo en sus historias que es mi propia historia.  Esto ya lo había dicho Paul Ricoeur, quien en su prosa pesada (pesada para mi), configura la idea de que toda historia, toda narración requiere un contexto previo donde dicha trama adquiere un sentido, en donde los elementos heterogéneos de toda composición narrativa se agrupan para significar algo. Pero más interesante es aquello que viene después, la posibilidad de reconfiguración, de innovación del sentido, lo que deja como conclusión inevitable que toda historia es en sí misma un abismo, una puerta abierta que no deja entrever más que una oscuridad que vamos llenando con nuestras propias luces y sombras.

Pienso, por ejemplo, en la primera parte de esa novela monumental que es 2666 de Roberto Bolaños. En la Parte de Los Críticos; un español, un francés, un italiano y una inglesa, críticos literarios de diferentes universidades de su país se encuentran con la obra de Benno Von Archimboldi, enigmático autor alemán del que nadie sabe mucho, salvo que es un hombre muy alto. Cada uno de estos críticos emprende una inmersión por la obra del autor que determina y moldea sus carreras profesionales, pero que al mismo tiempo los arroja a una serie de situaciones improbables, de viajes y encuentros, que cambia la vida afectiva y los sentidos de la existencia. Esta historia es un buen ejemplo de esta paradoja que es encontrarse con una literatura de regazo, en la cuál uno encuentra la vida misma, pero también en el abismo que se abre con este sostén, en la caída libre a la oscuridad, a la sombra de las certezas mutiladas que irremediablemente terminan por hacer de uno alguien más, alguien diferente al que se era antes de leer.

En toda obra literaria hay entonces un regazo que sostiene mientras vamos cayendo a causa de su misma fuerza en un abismo de incertidumbres que difracta las posibilidades de la misma identidad. En sus tramas, en sus historias me reconozco porque de alguna forma yo soy esos protagonistas, pero estos que también son diferentes introducen las posibilidades de narrarse de otra forma. Jerome Bruner decía que cuando la convención de lo esperado, cuando el “así deben ser las cosas” falla, surge la necesidad de contar historias que subsane este vacío, esta fallas. Si pensamos que todo “yo” es una promesa incumplida, que toda identidad es una estructura precaria que constantemente se ve cuestionada por el curso de las situaciones, la literatura sería ese regazo que dota de repertorios para lanzarnos al abismo de las incertidumbres de cambio y transformación.


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En este punto podría confundirse la Literatura de Regazo con la literatura de autoayuda, pero hay dos diferencias. La primera es que la literatura de autoayuda promete un cambio basado en la premisa “puedes cambiar y ser lo que quieres ser, siempre y cuando sigas estos pasos y respuestas”, en términos de Byung-Chul Han es pura positividad, no ofrece ninguna resistencia.  Contrario a esto, la Literatura de Regazo, parte de la premisa de que hay cambio, pero este es Rizomático, toma diversos caminos, mas o menos es como decir “aquí encontrarás un cambio, pero nunca será el que tu quieras, solo está la posibilidad de ser envuelto en esta caída al vacío”. En segundo lugar, la literatura de autoayuda ofrece las soluciones empaquetadas, listas para consumir, mientras que la Literatura de Regazo la reconfiguración de la interpretación dependerá de la confluencia múltiple de diversas situaciones sobre las cuales no tenemos pleno control, las posibilidades son muchas.


No me queda más que concluir algo que quizás parezca ya evidente. Que hay una invitación abierta a la Literatura, a la que aquí describo como de Regazo, que puede ir desde Gabriel García Márquez, a Vargas Llosa o Cortázar. Pasar por Juan Gabriel Vázquez y luego perderse por Kafka. Encontrarse con Laura Restrepo e incluso compartir una cerveza ligera con Stephen King; y así seguir por muchos caminos. La literatura, la de siempre, la que cuenta historias que nos ha acompañado por siglos, no la de autoayuda, la que nace de forma sospechosa, pero evidente, con el auge del mercado y su moldeamiento en una racionalidad neoliberal. Hay que buscar Literatura de Regazo, literatura de historias para envolverse en ellas y perderse en otras narrativas de uno mismo y lo demás. 

Voy siendo profesor

Siempre he dudado de esta denominación. Me parece que afirmar en primera persona ser un profesor es algo pretensioso. Una de las razones...