sábado, 25 de abril de 2020

Voy siendo profesor


Siempre he dudado de esta denominación. Me parece que afirmar en primera persona ser un profesor es algo pretensioso. Una de las razones por las que pienso esto es que al usar este sustantivo uno pone detrás de sí, de forma implícita y entretejida con su historia, un conjunto de reflexiones y procesos formativos que terminan por definir un estilo pedagógico que se supone que se posee, que se supone uno se ha pensado, diseñado y ejecutado.

No es que esta reflexión sea ausente para mí, constantemente me la hago porque, al fin y al cabo, dedico la mayor parte de mi tiempo a preparar e impartir clases, a caminar lentamente por la universidad al encuentro de mis estudiantes (obvio, esta imagen está suspendida ahora por la cuarentena). Mi recelo, a llamarme profesor quizás radica en que no quiero hacer el cierre que trae consigo la sustantivación de mis acciones. No creo que sea un docente, más bien voy siendo un profesor, no lo llevo como un nombre que me define sino como una acción que voy ejecutando, religiosamente, semana a semana.

En este proceso he tenido mis aciertos y desaciertos, he diseñado programas y dado clases que me han movido y me han cambiado; me he topado con estudiantes de todo tipo, con muchos que pasan sin más, como pasajeros fortuitos en un vagón del metro; pero también están aquellos que, sin darme cuenta, se han quedado en mi vida, son hoy por hoy una imagen recurrente de mis recuerdos y conversaciones ocasionales que provocan risas y reflexiones.

Hoy, ante la situación sanitaria y social que vivimos me he topado con muchas imágenes y frases que agradecen a los docentes, exaltan su labor, su dedicación para continuar enseñando y reconocen los procesos de adaptación que han tenido que llevar a cabo para poder continuar siendo profesores a pesar del distanciamiento social. Yo miro estas imágenes y reflexiones y, así como mi prevención a nombrarme profesor, no logro identificarme del todo en esto. No lo hago porque lo niegue, ni porque no haya experimentado en mi propio ser la adaptación de ser un “profe presencial” a un “profe virtual”.

Mi distancia es más porque no creo que estemos sosteniendo con nuestro trabajo un mundo que parece caerse. No me parece que esas imágenes sean justas, porque en el fondo de todo esto, yo voy siendo un profe porque me siento soportado por mis estudiantes, porque su avatar virtual está ahí en mi pantalla, a pesar de que sus presencias a veces parecen fantasmales. Su conectividad me interpela a seguir siendo un docente, y en el fuero de mis emociones, en la inmersión profunda hacia el fondo de mis propios miedos, de mis angustias, ellos siguen siendo un punto de referencia para no ir muy hondo, para tener a la vista la orilla y no olvidar el camino.

Entre todas las metáforas que la situación carga y nos arroja, la presencia virtual sostiene mi voz como un acto social e indefectiblemente encuentro que esta, que eso que tengo que decir, tiene un vínculo profundo con la posibilidad de ser escuchada, con la esperanza de encontrar una consciencia y un cuerpo que se estremezca con su contenido. Enseñar, ir siendo un profe, es la ejecución de un movimiento orgánico que sólo surge con la promesa y el reconocimiento del otro, es un acto de dependencia humilde y hermoso. Más que reconocerme en el agradecimiento por persistir en mi deber en tiempos de crisis, me siento en la obligación de agradecer a mis estudiantes, a sus presencias entre corporales y virtuales que me sostienen en mi acción. De todas formas, si este mundo se cae, también caemos nosotros, pero es más esperanzador saber que al final de la caída estaremos frente a frente listos para levantarnos y sostenernos entre todos. A ellos y ellas, muchas gracias.

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