Mi contexto cotidiano es la academia. El hacer un
doctorado invierte gran parte de mi tiempo en la universidad, lo que me permite
estar rodeado de estudiantes en diferentes niveles; y de académicos y
académicas que son de alguna forma mi modelo a seguir y mi meta a alcanzar. Es
en este escenario donde me surgen estas reflexiones. Voy a excluir de mi
disertación a los estudiantes y me centraré en los académicos y académicas. Al ser
en ciencias sociales, mi doctorado, la mayor parte de profesores y profesoras
que me acompañan han sido formados en áreas como la psicología, la
comunicación, la sociología, entre otras. También la mayoría de estos y estas
profesionales tiene posgrados, específicamente en áreas relacionadas con la
psicología social, pero sobre todo con posturas críticas que asumen una posición
de cuestionamiento a relaciones desiguales de poder tanto en el ejercicio
científico, como en el político, social y cultural. Todos y todas hacen uso de
esta arquitectura teórica y conceptual para construir conocimiento, formar opinión
y hacer lecturas específicas sobre lo que ocurre en el mundo, y lo que acontece
en este momento es una emergencia por pandemia.
El avance real y mediático que ha tenido la
transmisión este tipo coronavirus no ha sido indiferente para mis compañeros y
compañeras; tampoco lo ha sido para mí, no obstante, la posición que entre nosotros
hemos tomado me ha tocado mucho más profundo que la pandemia como tal, ha
generado en mi una sensación de asombro y decepción que de una forma debo
compartir, esperando encontrar un diálogo que amplíe mi percepción o me señale
de forma más clara donde está mi error.
Reuniendo de manera general las percepciones que mis
compañeros y compañeras tienen del tema, puedo afirmar que hay una especie de escepticismo.
Esto es normal, ya que desde el pensamiento crítico en el que hemos sido
formados se ha develado que el pánico colectivo, el control de las
instituciones de salud, la amenaza a la vida y la estabilidad social son un
escenario perfecto de control y manipulación en masas por parte de unas élites,
que es verdad de Perogrullo, controlan todos estos medios masivos. Nuestro contexto
colombiano tampoco ayuda, pues toda esta contingencia surge en el momento donde
se develan los nexos del actual gobierno con el narcotráfico.
Adicional a esto, se ha asumido una posición crítica
frente al despliegue mediático de la situación. Se apela a una preocupación desproporcionada por
una enfermedad que sólo es grave y/o mortal para el 5% de la población
infectada. Estos argumentos sirven luego para articular de manera discursiva
una serie de denuncias sobre ciertas medidas que se están tomando desde el
oficialismo y también a la conducta “histérica” de ciertos sectores de la
población. Además de señalar el criterio selectivo que se le da en importancia
a la coyuntura actual en relación a otras problemáticas sociales como el
hambre, el SIDA, el dengue, cambio climático, entre otros.
Estas posturas me han puesto a reflexionar, y más que
asumir una posición moral excluyente, escribo estos pensamientos porque siendo parte
de estas ciencias sociales entiendo la importancia de discutir, incomodar y
sacudir nuestras certezas epistemológicas. Me cuestiona particularmente esta posición
displicente que hemos tomado, por no llamarla egoísta. Está bien que pensemos
que toda esta situación esté siendo manejada bajo los objetivos de ciertos intereses
políticos y económicos, pero hacer esto no elimina la enfermedad, ni impide que
ese 5% que mencionaba antes ya no muera. Nuestras reflexiones están pecando de
simplistas y sobre todo son deudoras de la crítica a la que apelemos en
nuestros discursos. Lo que está ocurriendo con el coronavirus es una muestra de
los lugares cómodos que hemos hallado en una crítica directa al oficialismo, en
lo que Foucault en algún momento nombro la ventaja del interlocutor que
denuncia al poder. El peligro de este ejercicio es que nos sustraemos de estas
relaciones, olvidamos que nosotros como sujetos también estamos formados por este
poder, lo concebimos como una externalidad de la que nos hemos exorcizado y de esta
manera lo reproducimos, sin asumir la culpa, en su versión más rapaz, señalando
sobre una supuesta superioridad intelectual los excesos de una situación que,
para ser francos, no hemos analizado de manera compleja.
Hemos olvidado que la crítica responde a una
genealogía constante de nuestras propias categorías para analizar la realidad,
y en cambio hemos instalado un campamento de superioridad moral desde el cuál creemos
que podemos juzgar todo lo que pasa en el mundo. Estamos ahí, bien cómodos y
regordetes como los cerdos de La Granja de George Orwell una vez la revolución
había triunfado. Nos hemos vestido con un ropaje de relativismo tan cínico que ni
nuestra propia desnudez nos parece obvia, y allí estamos, y me incluyo porque
esta crítica es una autocrítica. Olvidamos pensar que una realidad como la
actual está conectada a tantos actantes y elementos que no se limitan a quienes
quieren oprimir, sino que también trastoca nuestra propia condición como
especie humana.
Nos hemos enfocado tanto en banalizar la situación que
renunciamos a un proceso más creativos, más generativo si se quiere, que
produzcan las reflexiones y prácticas colectivas resistentes al rumbo
ideológico que ha tomado nuestro mundo capitalista y voraz. En vez de apelar al
cuidado mutuo, a la oportunidad de pensar nuestra cotidianidad individual como
un engranaje social del cual no podemos aislarnos, estamos felices riendo sobre
lo ridículo que es el mundo. En lugar de sentar una política y ética desde la
evidente vulnerabilidad física y social que representa una enfermedad que mata
a adultos mayores, que en nuestro contexto social no llegan a jubilarse y no
tiene trabajos formales, nosotros, los profesionales críticos estamos señalando
con displicencia el dramatismo y exageración, el alboroto que estamos haciendo
sobre una gripe.
Algo, al parecer, hemos olvidado en este camino de
hacer unas ciencias sociales críticas, pero creo que aún estamos a tiempo de
ser elegantes y transparentes, como nos invita Pablo Fernández Christlieb. Así,
en vez de estar dando explicaciones rimbombantes, estaríamos más participando
de nuestra sociedad desde las líneas de fuga, desde el fomento a la solidaridad
y cuidado colectivo que una situación sanitaria como esta nos exige. Así, en
vez de estar ardiendo en nuestros egoísmos, estaríamos participando de esta
emergencia de una forma estética, que no es otra cosa que, por un camino
dialógico, en donde con nuestros estudiantes y compañeros visualicemos las
prácticas, metáforas y teorías que conviertan esta situación en una mejor
sociedad. En vez de banalizar la situación, deberíamos rastrear sus
trayectorias, como lo propone Bruno Latour, y así comprender y reflexionar
sobre las condiciones actuales de nuestra dinámica globalizada, de las ventajas
que en estos casos tiene, pero también de los riesgos y precauciones que
deberíamos estar pensando hacia el futuro.
Podría escribir más, ampliar más otros argumentos,
pero por ahora lo dejaré hasta aquí, no obstante, les recuerdo que cada uno de
estos textos (que apenas son tres en este blog) es una invitación a seguir
dialogando, y no una postura cerrada, es solo una provocación a aprovechar
estas situaciones, no para reafirmar nuestra razón, sino para construir una
mucho mejor.
Un abrazo para
todos y todas, uno metafórico, porque debemos evitar transmitir el COVID-19.