viernes, 13 de marzo de 2020

Pandemia. Nuestra crítica ha enfermado.


Mi contexto cotidiano es la academia. El hacer un doctorado invierte gran parte de mi tiempo en la universidad, lo que me permite estar rodeado de estudiantes en diferentes niveles; y de académicos y académicas que son de alguna forma mi modelo a seguir y mi meta a alcanzar. Es en este escenario donde me surgen estas reflexiones. Voy a excluir de mi disertación a los estudiantes y me centraré en los académicos y académicas. Al ser en ciencias sociales, mi doctorado, la mayor parte de profesores y profesoras que me acompañan han sido formados en áreas como la psicología, la comunicación, la sociología, entre otras. También la mayoría de estos y estas profesionales tiene posgrados, específicamente en áreas relacionadas con la psicología social, pero sobre todo con posturas críticas que asumen una posición de cuestionamiento a relaciones desiguales de poder tanto en el ejercicio científico, como en el político, social y cultural. Todos y todas hacen uso de esta arquitectura teórica y conceptual para construir conocimiento, formar opinión y hacer lecturas específicas sobre lo que ocurre en el mundo, y lo que acontece en este momento es una emergencia por pandemia.  



El avance real y mediático que ha tenido la transmisión este tipo coronavirus no ha sido indiferente para mis compañeros y compañeras; tampoco lo ha sido para mí, no obstante, la posición que entre nosotros hemos tomado me ha tocado mucho más profundo que la pandemia como tal, ha generado en mi una sensación de asombro y decepción que de una forma debo compartir, esperando encontrar un diálogo que amplíe mi percepción o me señale de forma más clara donde está mi error.



Reuniendo de manera general las percepciones que mis compañeros y compañeras tienen del tema, puedo afirmar que hay una especie de escepticismo. Esto es normal, ya que desde el pensamiento crítico en el que hemos sido formados se ha develado que el pánico colectivo, el control de las instituciones de salud, la amenaza a la vida y la estabilidad social son un escenario perfecto de control y manipulación en masas por parte de unas élites, que es verdad de Perogrullo, controlan todos estos medios masivos. Nuestro contexto colombiano tampoco ayuda, pues toda esta contingencia surge en el momento donde se develan los nexos del actual gobierno con el narcotráfico.



Adicional a esto, se ha asumido una posición crítica frente al despliegue mediático de la situación.  Se apela a una preocupación desproporcionada por una enfermedad que sólo es grave y/o mortal para el 5% de la población infectada. Estos argumentos sirven luego para articular de manera discursiva una serie de denuncias sobre ciertas medidas que se están tomando desde el oficialismo y también a la conducta “histérica” de ciertos sectores de la población. Además de señalar el criterio selectivo que se le da en importancia a la coyuntura actual en relación a otras problemáticas sociales como el hambre, el SIDA, el dengue, cambio climático, entre otros.



Estas posturas me han puesto a reflexionar, y más que asumir una posición moral excluyente, escribo estos pensamientos porque siendo parte de estas ciencias sociales entiendo la importancia de discutir, incomodar y sacudir nuestras certezas epistemológicas.  Me cuestiona particularmente esta posición displicente que hemos tomado, por no llamarla egoísta. Está bien que pensemos que toda esta situación esté siendo manejada bajo los objetivos de ciertos intereses políticos y económicos, pero hacer esto no elimina la enfermedad, ni impide que ese 5% que mencionaba antes ya no muera. Nuestras reflexiones están pecando de simplistas y sobre todo son deudoras de la crítica a la que apelemos en nuestros discursos. Lo que está ocurriendo con el coronavirus es una muestra de los lugares cómodos que hemos hallado en una crítica directa al oficialismo, en lo que Foucault en algún momento nombro la ventaja del interlocutor que denuncia al poder. El peligro de este ejercicio es que nos sustraemos de estas relaciones, olvidamos que nosotros como sujetos también estamos formados por este poder, lo concebimos como una externalidad de la que nos hemos exorcizado y de esta manera lo reproducimos, sin asumir la culpa, en su versión más rapaz, señalando sobre una supuesta superioridad intelectual los excesos de una situación que, para ser francos, no hemos analizado de manera compleja.



Hemos olvidado que la crítica responde a una genealogía constante de nuestras propias categorías para analizar la realidad, y en cambio hemos instalado un campamento de superioridad moral desde el cuál creemos que podemos juzgar todo lo que pasa en el mundo. Estamos ahí, bien cómodos y regordetes como los cerdos de La Granja de George Orwell una vez la revolución había triunfado. Nos hemos vestido con un ropaje de relativismo tan cínico que ni nuestra propia desnudez nos parece obvia, y allí estamos, y me incluyo porque esta crítica es una autocrítica. Olvidamos pensar que una realidad como la actual está conectada a tantos actantes y elementos que no se limitan a quienes quieren oprimir, sino que también trastoca nuestra propia condición como especie humana.



Nos hemos enfocado tanto en banalizar la situación que renunciamos a un proceso más creativos, más generativo si se quiere, que produzcan las reflexiones y prácticas colectivas resistentes al rumbo ideológico que ha tomado nuestro mundo capitalista y voraz. En vez de apelar al cuidado mutuo, a la oportunidad de pensar nuestra cotidianidad individual como un engranaje social del cual no podemos aislarnos, estamos felices riendo sobre lo ridículo que es el mundo. En lugar de sentar una política y ética desde la evidente vulnerabilidad física y social que representa una enfermedad que mata a adultos mayores, que en nuestro contexto social no llegan a jubilarse y no tiene trabajos formales, nosotros, los profesionales críticos estamos señalando con displicencia el dramatismo y exageración, el alboroto que estamos haciendo sobre una gripe.



Algo, al parecer, hemos olvidado en este camino de hacer unas ciencias sociales críticas, pero creo que aún estamos a tiempo de ser elegantes y transparentes, como nos invita Pablo Fernández Christlieb. Así, en vez de estar dando explicaciones rimbombantes, estaríamos más participando de nuestra sociedad desde las líneas de fuga, desde el fomento a la solidaridad y cuidado colectivo que una situación sanitaria como esta nos exige. Así, en vez de estar ardiendo en nuestros egoísmos, estaríamos participando de esta emergencia de una forma estética, que no es otra cosa que, por un camino dialógico, en donde con nuestros estudiantes y compañeros visualicemos las prácticas, metáforas y teorías que conviertan esta situación en una mejor sociedad. En vez de banalizar la situación, deberíamos rastrear sus trayectorias, como lo propone Bruno Latour, y así comprender y reflexionar sobre las condiciones actuales de nuestra dinámica globalizada, de las ventajas que en estos casos tiene, pero también de los riesgos y precauciones que deberíamos estar pensando hacia el futuro.



Podría escribir más, ampliar más otros argumentos, pero por ahora lo dejaré hasta aquí, no obstante, les recuerdo que cada uno de estos textos (que apenas son tres en este blog) es una invitación a seguir dialogando, y no una postura cerrada, es solo una provocación a aprovechar estas situaciones, no para reafirmar nuestra razón, sino para construir una mucho mejor.



 Un abrazo para todos y todas, uno metafórico, porque debemos evitar transmitir el COVID-19.

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